martes, 11 de septiembre de 2018

In humano


No entiendo nada.

Hace meses nuestra rutina mañanera se quebró abruptamente al hallar un pequeño y peludo cuerpo sin vida en frente de una casa. Sólo podíamos imaginar lo que posiblemente había sucedido.

Era de noche, tal vez venías ebrio y enojado, tropezando varias veces entre el paradero de la micro y tu casa, solo para darte cuenta que esa ya no era el hogar al que solías regresar. La rabia y vergüenza se mezclaban en tu estomago para subir a tu cabeza y que el sudor bajase.

Quizás ni si quiera era de noche y simplemente venías del trabajo, habría sido un mal día. Tus esfuerzos menos preciados como siempre ya te pasaban la cuenta, querías renunciar, pero no podías porque ¿Cómo le dirías a tu señora que renunciaste porque ya no aguantabas más? Te tacharían de débil, que es tu responsabilidad aguantar y traer dinero a casa, como dicen aún los matrimonios más antiguos.

Tal vez, simplemente eres un estudiante del liceo que se sitúa aquí cerca. Con tus amigos tonteando y riendo te envalentonaste para ser el más popular o el más respetado, sus gritos y mofas te impulsaron.
También puede que fueras una chica con problemas, como en el segundo caso sugiere tu mente nublada por alguna rabia, tus manos controladas por el otro lado.

Quizás una vecina, que odiaban a la señora y quiso vengarse.

Simplemente alguien despreciable. Tal vez lo disfrutaste, quizás te asustaste.

Lo cierto es que por aquí viven muchos gatos, grandes y pequeños. Todos sabemos que algunos no son de nadie, pero todos ellos son alimentados por la misma anciana. ¿Te diste cuenta que la semana pasada alguien saco casi otra casa en cachureos y otros materiales? Esa anciana del antejardín siempre limpio quizás en qué condiciones vive.

Esa anciana tiene muchos animales y los cuida uno a uno como si fueran de su propia carne y sangre.

Es de maldito de hijo de puta matar a un gato a palos – y claro todos sabíamos de quien sería – y dejarle el pequeño cadáver en frente de su casa, eso solo empeora tu acto.

Imaginamos que en la noche estaba afuera, y que tu te acercabas a él haciéndole creer que le darías un poco de tibio cariño, tal vez hasta un poco de comida. Pero lo traicionaste en menos de un minuto y con el hiciste lo que te dio en gana. No contento con ello, llevaste su maltrecho cuerpo para tirarlo enfrente de la casa de la que seguramente si era su dueña.

Sin importar el dolor del animal, que no tenia culpa alguna de tus circunstancias o del estado mental que padecieras, fuiste más allá en dejarle al niño que esperaba que volviese esa noche en su casa.

No podíamos seguir de largo con ello, así que rápidamente con las manos y unos palos hicimos un agujero al pie del árbol, enfrente de su casa depositamos allí al pequeño tapándolo. Porque tal vez el que no llegase a casa mantendría con esperanzas a la señora, ya que si un gato no vuelve un día podría creer que es simplemente porque no quiere, y prepararía una lata de atún para su eventual regreso.

“Los gatos siempre sobreviven” pensaría. “debe andar por algún lado cazando o investigando” diría.

Con los días evocaría su atención en los que sí están con ella.

Todo eso queríamos pensar, pero en el fondo sabíamos que dolería, pero la impresión sería menor.


sábado, 8 de septiembre de 2018

Pérdida


Lo importante seguía intacto.

Hace años ella se sentaba frente a su tocador de madera recién tallado, con los detalles que ella deseaba. En las terminaciones del espejo se apreciaba a dos robustos lobos que se miraban entre sí. Lo había pedido así porque amaba el compañerismo de aquellas criaturas donde la manada lo era todo. Cepillaba su largo cabello para luego trenzarlo y hacer una rosa con él al costado de su cabeza. De un color crema combinado con una tonalidad miel pintaba sus parpados, los delineaba con un fino pincel, finalizaba sus ojos del color del cielo levantando sus pestañas con un poco de rímel. Los labios los pintaba color melón, se sonreía a ella misma en el espejo, dichosa, caprichosa y burlona. El mundo estaba a sus pies. Decoraba su cabeza con una diadema llena de jades verdes, sus muñecas con delicadas pulseras, su cuello con una fina cadena de oro y en sus manos su único anillo.

Él golpeaba la puerta de su habitación, con una sonrisa tomaba su mano y la besaba. Siempre tenía un presente para ella, a veces rosas, a veces calas, a veces joyas. Ambos salían para disfrutar el uno del otro, él tomaba su pequeña y delicada mano entre las suyas grandes y robustas para besarla. Sólo así podía ser, eran los únicos que quedaban.

Hoy, cansada se sienta frente a su tocador de madera, hace años tallado como ella quería. Fijaba la vista en ambos viejos y cansados lobos, inspiraba intentando llenar así su cuerpo de energía, nunca dejaría de serle fiel a la filosofía de vida licántropa. Cepillaba su cabello canoso ya no tan largo, lo dejaba libre. Pintaba sus parpados de un color plata y lo suavizaba con un color mármol, delineaba sus cansados ojos con cuidado. Pintaba sus labios de color rojo. Se sonrió en el espejo, llena de experiencia. Las vueltas que da la vida, se dijo, ahora ella estaba a los pies del mundo. No se arrepentía de nada. No le quedaban joyas con las cuales adornarse. Sólo su único anillo, pasara lo que pasara jamás lo desecharía.

Dio la vuelta, él estaba listo; cómo no iba a estarlo si ella misma se encargó de asearlo, vestirlo y perfumarlo. Tal vez pasaron los años pero él seguía teniendo siempre algo para ella. Ya no eran joyas o grandes ramilletes; a veces simples flores del jardín que pese a su discapacidad se esforzaba por cuidar para ella, a veces una rima llena de cariño, a veces un dulce que escondía. Ella empujaba la silla de ruedas y ambos salían a disfrutar de la mutua compañía.

No importaban los errores del pasado, no importaba el cómo habían llegado hasta ese punto. Se sentaron en el parque, él tomo su pequeña mano entre las suyas y la besó, pues lo importante seguía intacto.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

In oport uno


Día a día le saludaba, le llevaba un regalo con una sonrisa hasta su puerta. Quería hacerse notar, quería hacer una diferencia.

Nadie le respondía, pues no él mismo no era nada.

Un día no lo hizo, ni él mismo entiende el porque no quiso hacerlo y al siguiente día cuando llevó su regalo, le dijeron que los había decepcionado, traicionado su confianza, incluso que lo tenían en estima 

¿Cómo iba él siquiera a saberlo, si él no era nadie? 
¿Dónde están las palabras cuando el momento es el oportuno y el desprecio inoportuno?

miércoles, 29 de agosto de 2018

Estrellas

Un pensamiento recurrente de niñez era «que hermosas son las estrellas», las viste en noches limpias, reluciendo a través de las nubes que no sabías si eran naturales o debido al smog de tu ciudad, sin falta cada noche, recostándote en el patio de su casa, abriendo la ventana de tu cuarto.

En un momento dejaste de mirar hacia el cielo; ver una que otra luz brillante ya no llamaba tu atención como antes, comenzaste a bajar la mirada al piso, a preocuparte por otro tipo de cosas aparentemente más importantes.

Pero volviste a descubrirlas a su lado, con tu adolescencia y amor a flor de piel, corriendo por un campo llano lleno de pasto largo que te hacia picar los tobillos y piernas.

Majestuosas y brillantes, absolutamente diferentes a las que veías desde la ciudad, estas brillaban iluminando el campo y a la Luna majestuosa.

Viste en sus ojos también las estrellas, mientras te mostraba alegre que esas eran sus tierras y ese era su cielo.

Te volviste a enamorar de ellas, de su luminosidad, de lo majestuosa que se veían, de cómo se reflejaban en los ojos del que era el amor de tu vida.

Pero el amor es complicado y no es eterno como ellas en el manto negro.
Las odiaste, dolía recordar cómo se veían en sus ojos, como bajo ellas se juraron amor eterno siendo una mentira, como ellas podían seguir estoicas ahí arriba mientras tu llorabas pegada al piso.

Te rehusaste a mirarlas otra vez de la misma manera, ¿De que servían ellas ahí si para ti solamente era el amargo recuerdo de un amor perdido?

Cambiaste, caminaste, avanzaste, buscando el brillo otra vez, huyendo de los miedos, sin aceptar los pasos que habías dado.

Pero no todo dolor es eterno, casi sin darte cuenta volviste a mirarlas sin recordar aquello, mirándolas como eran, por si solas, bellas independientes de tu dolor.
Sujetaste otra mano a tu lado y bajo un manto de estrellas hiciste que subieran la mirada contigo para contar que bajo ese mismo manto te habían jurado amor y no había pasado, que lo habías superado, que habías amado.

Ya sin dolor, recordando con cariño, sujetando la nueva oportunidad frente tuyo de mirarlas sin el recuerdo amargo de la perdida, de hacer una nueva historia con otros ojos brillantes, con otros futuros inciertos.

Ellas brillaban otra vez en el manto negro, casi felices porque volvías a subir la vista, demostrándote que todo pasa, que todo fluye, que todo continua.

Volviste a disfrutar verlas brillar en los ojos de alguien más y entendiste que si esa persona se iba no dejarían de ser hermosas por ellas mismas, que no tenías porqué aferrarte al dolor  y los malos recuerdos, que podías darte más oportunidades si aquella no resultaba.
Te enamoraste, te encantaste, relacionaste su espalda llena de pecas, lunares y cicatrices a la constelación más bella que habías conocido, aquella que viste en el campo enamorándote de su luz, aquella que te habían hecho creer que el amor y la felicidad de verdad existían.

Ahora estas estrellas estaban contigo, con esa persona, a centímetros de tus dedos, recorriendo a tu gusto los puntos y contando estrellas en la piel ajena.

Reconciliándote, enamorándote.

Pero si se iban, estarías bien, sabías que irían a iluminar otro cielo con su luz y fulgor.

Las estrellas nacieron para ser libres, brillantes, explosivas y salvajes, no prisioneras de los recuerdos dolorosos que llevamos en el corazón.

viernes, 10 de agosto de 2018

Brussels Chocolateria



El día martes tenía ganas de probar algo nuevo. En realidad soy más de teterías, café, chesscake, pasteles y ese tipos de alimentos ricos en azúcar, pero ese día no, no quería mi té de hojas recién hervidas,o mí café con un lindo dibujo sobre la crema, quería algo nuevo.

En el camino habitual que hago entre mis lugares de trabajo lo leí "Brussels" al principio pensé que sólo vendían chocolates, tipo la fete, pero grande fue mi sorpresa cuando vi mesas montadas y garzones sirviendo a la mesa.

"Quiero ir"

Así fue como ese mismo día entré a un local ubicado en plena providencia, mesas de madera, sillas cómodas, con un estilo medio minimalista ya que gran parte de las paredes eran de vidrio. Detrás de un mesón central color cobre estaba la cocina a la vista de todos y un olor a almíbar inundaba la sala.


Lo primero que llamó mi atención al tomar asiento fue un pequeño florero con una notita "Si quieres probar uno de nuestros bombones saca una foto y pon el hatshtag #Brusselschocolates" 

"Qué hermoso!" y me dije, claro que lo iba a hacer.


La carta tenía también una nota, se trataba de un plato especial que si pedías ayudaba a los niños sin hogar, tal vez no muchos lo tomen en cuenta, pero yo creo que un local independiente que se sumes o realice estas campañas es súper valorable.

La carta tenía una y mil cosas que quise probar, todos dulces - De hecho la carta no tenía ningún elemento salado - finalmente me fui por un volcán de chocolate con un smothie amarillo, mi pareja pidió un B&N con un chocolate amargo.

Esperamos muy poco, la chica que nos atendió fue muy amable, se notaba que era joven y muy cuidadosa.




Mi primera impresión sobre los platillos fue que estos eran realmente pequeños! ¿La relación precio - tamaño era adecuada? 
Bueno, de todas formas y con un poco de resignación pensamos que estábamos ahí para probar y eso haríamos.
el volcán de chocolate se parte con facilidad, dejando el centro liquido caliente inundar tu plato el helado de vainilla que lo acompañar es perfecto para complementar los sabores! Además te dan un pequeño corazón de cerámica con chocolate liquido del mismo con el que se hacen las cuberturas de los helados <3

El smothie amarillo llevaba mango, maracuya, papaya y un toque de limón (creo esto último) Era muy rico, tenía ese toque adictivo que te hace querer beberlo siempre; pero sentía que me equivoque al hacer esa elección, pues lo habría disfrutado realmente más si hubiera hecho calor!

"Este chocolate amargo es todo lo que necesito para una tarde de lluvia" pensé. no se parecía a nada, no tengo en este minuto ningún referente para acompañarlo, no era adictivo, tampoco amargo ni muy dulce, estaba bien como para acompañar una lectura.

El B&N es este waflee con chocolate blanco y negro dulce y amargo, con una superficie crujiente y un centro suave.

Oye realmente nos costó poder terminar nuestros platos! eran muy contundente a pesar a mi primera impresión. Así que me arrepentí de haberlo pensado así. 

Fue un golpe de felicidad, tenía la serotonina al máximo, las enforfinas comenzaban a invadirme el cuerpo. 

Para finalizar pedí un expreso sin azúcar para poder cerrar el circulo.

Lo recomiendo todo el rato, tal vez no para ir todos los días, pero sí cada semana.





jueves, 9 de agosto de 2018

Guardián de sueños


Mi nombre no es algo importante, posiblemente ni siquiera lo tomes en cuenta, aunque lo tengo colgado en el pecho con una linda frase de “estoy aquí para atenderte” que en realidad a nadie ve.

Soy una asalariada más del sistema; trabajo 45 horas semanales, con dos días libres, colación y un horario apretado. Me queda poco tiempo para disfrutar; el dinero que gano es justo para comer y pagar mi pequeña habitación, quizás, comprarme un poco de ropa de vez en cuando. No me interesa realmente, solamente hago lo que tengo que hacer para sobrevivir, aunque no quiera.

Mis días son aburrido, odio despertar en la mañana, darme cuenta de que otra vez debo vestirme y fingir una sonrisa para la gente que va a visitar mi pequeña tienda de mall.
Pero mis noches son lo que me mantiene con vida.

Cada día llego a comer algo rápido, darme una ducha y acostarme a dormir, no hay tiempo que perder cuando se trata de cerrar los ojos y caer en el ensueño.

Desde que era una niña supe que mis sueños no eran como los del resto de las personas. Cuando mi mamá contaba uno de sus sueños en la mesa familiar y yo ya sabía que había ocurrido con detalle porque lo había visto yo misma, no solo con ella, con toda mi familia. Si habían soñado con algo, posiblemente yo ya lo sabía, lo había visto, igual que una película en el cine.

Dentro de mis sueños puedo hacer lo que quiera, ahí yo soy la dueña, la ama y señora.

Solo hace falta que me dirijas la palabra para que yo en la noche pueda buscarte en mi registro y mirar tus sueños.

Solo por esa noche, solo si estas soñando. Si fuiste amable y me saludaste al entrar a mi tienda te aseguro en la noche podré buscarte y recorrer tus ensueños a mi gusto.
Esas son mis noches.

He estado en sueños caóticos, llenos de lava hirviente y personas que mueren frente a mi sin poder hacer nada, monstruos hechos con brea negra maloliente que persiguen y devoran a las personas que no pueden correr velozmente; personas que se ahogan en un cubo de cristal sin poder romperlo por más que golpean sus paredes, abandono, desilusión, engaño, y sexo, mucho sexo; gente con otros sin rostro, otros que sus caras van cambiando dependiendo de la posición, entre mujeres, entre hombres, en grupo, solitarios, con fetiches, tiernos, sádicos y otros que terminan en abrazos tiernos.

Hay sueños que parecen sacados de un cuento de hadas, con nubes de algodón, arcoíris en el cielo, gente que de un salto logra alcanzar el cielo volando, otros que de entre sus manos hace crecer árboles y fantasías en colores vivos, sicodélicos, armoniosos, puros.

He visto gente en silla de rueda que corre maratones, ciegos que sueñan en colores, mudos cantando, sordos en un concierto de rock.

He visto el miedo, la desesperación, la paz, el amor, la pena, la ansiedad, la felicidad, la duda, los problemas. Complejos frente al espejo que atormentan hasta cuando descansan, he visto verdades y mentiras, he visto la vida nacer otra vez, recuerdos y futuros que jamás existieron.

He estado en sueños de bebes donde lo único que hay son ellos y su madre acunándolos, he visto sueños de niños que recuerdan el día que los despojaron de su inocencia entre golpes y penetraciones no consentidas, he visto sueños de adolecentes donde solo gritan con desesperación por ayuda.

He sido dragones que acechan castillos, princesas que deben ser rescatadas, manos amigas de gente que cae, compañera de viajes inter-espaciales, amante cariñosa y complaciente.

He aconsejado en sueños a mi madre, siendo aquella amiga de infancia que ya había olvidado, abrazándola hasta que despierta. He estado en sueños eternos, de gente que se durmió esa noche y jamás volvió a despertar, condenada a vivir un sueño una y otra vez; he estado justo en el momento en que se dan cuenta que es un sueño y ríen aliviados mientras se despiden para despertar tranquilos.
Siempre de espectadora, no puedo hacer más que mirar, recorrer cada mundo de ensueño a pequeños saltos, dejando atrás para siempre los terrible y quedándome un rato más en los armoniosos.

Pero no puedo soñar yo. Si no recorro los sueños ajenos solamente me quedó en una habitación vacía completamente blanca mirando la nada esperando que llegué la hora de despertar.

Lo he intentado, imaginar cosas, dejarme llevar por la mente, crear mis propias fantasías.

Pero es imposible, no poseo la capacidad de soñar, no estoy para eso, soy la espectadora de las vidas ajenas sin su permiso, condenada a vagar cada noche entre ellos, aunque no los conozca, aunque no me importe.

No es malo, me gusta así, puedo elegir donde quedarme, desechar los feos, incluso despertar de improviso si me da la gana. Puedo convertirme en los monstruos de algunos, la mano amiga de otros, incluso la amante de aquellos que me gustan.

Vivir para mí es habitar en los sueños y fantasías de otros, presenciando lo infinita que es la mente incluso cuando está en reposo.

Fuera de los sueños, los días pasaban monótonos, casi aburridos entre el trabajo y las obligaciones, no había algo que me motivara realmente a levantarme cada día más que la necesidad de comer y vestir algo.

Hasta que algo rompió la rutina.

Esperaba algún autobús o colectivo que me llevara hasta mi trabajo, usualmente ese pequeño tramo prefiero caminarlo que tomar un autobús o algo similar, son solo 30 minutos a pie, así aprovechaba de ejercitar, aunque sea en eso mi sedentario ser, pero ese día el sueño donde me había adentrado estaba demasiado interesante para dejarlo a medias; terminé levantándome mucho más tarde de lo usual, tuve que vestirme rápidamente y correr a tomar algo.

Justo a mi lado mientras esperaba se asomó a esperar con la misma urgencia que yo alguien que llamó poderosamente mi atención.

Cabello oscuro, de facciones suaves, más alto que yo, vestía con ropa simple, pero se veía muy armónico en su conjunto. Su rostro delataba lo mismo que me había pasado a mí, casi podía ver las marcas de almohada aún en su rostro; se me hizo muy tierno.

No paraba de mirar el reloj en su celular y a ver si se asomaba el autobús, yo estaba un poco resignada a llegar un poco más tarde de lo habitual, pero él se veía realmente afligido, casi sentía que si pudiera comenzaría a correr para tratar de llegar a donde sea que vaya.

¿Qué habrá estado soñando para dormirse así? Quizás qué pequeña aventura lo tenía atrapado sin dejarlo escapar. La curiosidad por saber sus sueños pronto fue tan fuerte en mi mente que comencé a pensar con que excusa lograría que me dirigiera la palabra.

Cuando el autobús por fin se asomó dando la vuelta en la esquina el chico se puso tan feliz que lo expresó con una hermosa sonrisa; definitivamente quería saber acerca de sus sueños.

Me subí con él, saludando al conductor, agregando otra posible visita nocturna a mis aventuras, avancé por todo el espacio, quedándome justo a un lado del chico, a esa hora estaba muy lleno debido a que todos iban a sus respectivos trabajos, era mi excusa perfecta para no moverme de ahí.

¿Cómo le hablo? ¿Le pregunto la hora? ¿Lo confundo con alguien conocido? ¿Le pido permiso? Mi corazón latía desenfrenado sin saber qué hacer, la vergüenza era mayor a mis ganas de simplemente hablarle por algún tema cualquiera. Debía buscar una excusa.

El autobús frenó con fuerza, mi cuerpo cayó por la fuerza de inercia sobre el suyo chocándolo, aquella era mi oportunidad.

-Disculpa- Dije tratando de no mirarlo fijamente

-No te preocupes- Mi cometido estaba cumplido.

No mucho más lejos se bajó, a mi aún me faltaban unas pocas cuadras para llegar. Lo seguí con la mirada aún después de que había abandonado el autobús; quizás qué parecía pegada a la ventana mirando a alguien que no conozco a lo lejos, pero no pude observarlo mucho más debido a que seguimos nuestro camino.

El día pasó demasiado lento para mi gusto, o quizás yo estaba sobre emocionada con que llegara luego mi preciada hora de dormir, en mi mente la imagen del chico guapo se repetía constantemente, sólo quería ver un poco de que es lo que ocurría en su mente, a ver si sus ensoñaciones lograban cautivarme como lo había hecho él en persona.

Me sentía un poco ridícula, no era capaz de hablar con personas de manera normal, pero si hurgar en su inconsciente sin su permiso. Sonaba un poco psicópata.

Pero era lo que me quedaba, si no lo hacía, mis sueños eran en blanco, deprimentes y agobiantes, son el constante agotamiento mental, como si no soñar fuera equivalente a no dormir para mi subconsciente.

La noche llegó y con eso mi hora de dormir, mi ritual habitual y a la cama rápidamente, no había tiempo que perder.

Mi habitación blanca de expandió, una serie de caminos se formaron frente a mis ojos, cada uno llevando a un mundo de ensueño diferente; infinitas posibilidades que se me entregaban en bandeja de plata.

Reconocí la imagen del chico que había visto en la tarde en uno de los caminos y de inmediato lo seguí, mirándolo desde lejos, evaluando el panorama de aquel sueño, todo podía estar sucediendo o nada en lo absoluto, es difícil saber los rumbos que tomará nuestra mente.

Pero solo estaba ahí, era un sueño cotidiano, como aquellos que tenemos rememorando los días que hemos vivido, sin preocupaciones, caminando sin rumbo dejándonos llevar por las sombras que nos dicen ser nuestros amigos, saltando de un pensamiento a otro, cambiando su rostro en un abrir y cerrar de ojos, siendo acechados por la duda, pero menguándola con el firme pensamiento que aquella era la realidad y no el mundo onírico.

Me convertí en una de esas sombras, me acerqué con confianza imitando a las demás, mimetizándome con el ambiente, siendo su amiga, como si nos conociéramos de años, siguiendo el ritmo de sus pensamientos.

Me encantaba lo colorido que eran sus pensamientos, lo hermoso que se veía todos desde sus ojos, como el mundo que compartíamos afuera aquí se veía brillante y vivo. No sabía su nombre, ni su edad, que cosas le gustaban, aficiones, miedos o si sería del tipo que en la vida real se fijaría en alguien tan común como yo, pero aquello no me importaba, en ese preciso momento lo único que había en mi mente era lo maravilloso que se veía y sentía su ensueño.

Cuando comenzó a desvanecerse no quería soltarlo, comenzaba a despertar de aquella fantasía, aquella quizás era nuestra primera y última vez y sentía que había sido demasiado poco para quedar conforme.

Desperté con aquel sentimiento raro de perdida, como si por un momento hubiera tenido todo y al segundo después lo hubiera perdido irremediablemente. Sentía hasta ganas de llorar.
Lo busqué.

Volví al paradero de autobús, hasta el límite de hora en el que podía llegar justo a mi trabajo. No estaba.

Caminé y recorrí aquel lugar donde se había bajado antes, mirando en las tiendas, calles, hasta atrás de los basureros por si lo volvía a ver otra vez.

Mi mirada cambio de estar fija en la nada a estar siempre pendiente, como un suricato que está siempre alerta de las hienas.

Pero a diferencia de ellas que huyen, yo quería correr hacia él.
No podía volver a ver sus ensueños si no hablaba con él, aquello jamás me había parecido injusto hasta ese momento, jamás se había cuestionado el porqué de aquella regla hasta que ese impedimento se presentó frente a mis ojos.

Comenzó a desesperarme.

Los sueños de otra gente no se veían igual de brillantes, ni tan interesantes, mucho menos emocionantes, ninguno lograba hacerme desear más y más, solamente había sido el de aquel joven desconocido, estaba decidida a lograr volver a verlo a como diera lugar.
Tal vez me obsesionaba un poco, solo un poco, tampoco era como que fuera lo único que pensara durante todo el día.

Quizás si un poco.

Volví a ir al paradero en el cual se había bajado la única vez que lo vi. Me dediqué a pasar por las tiendas cercanas por largos periodos, buscando en diferentes horas si es que trabajaba en alguna de ellas, estuve así por semanas sin resultados, en las noches había ocasiones en donde no quería pasear por sueño y sólo me quedaba viendo la pared blanca aburrida y pensativa, tratando de formar en aquel espacio que era mi propia mente algo parecido a lo que había visto junto a él. Pero por más que intentara se seguía manteniendo en blanco, era imposible que mi “poder” fuera utilizado, solamente podía comenzar a hacer mi voluntad cuando salía de ahí e ingresaba a uno de los sueños que ahí estaban de las personas que había visto en el día.

Un día estaba apoyada aburrida en el mesón de mi tienda, mirando la gente pasar por afuera de la tienda sin entrar, había limpiado pulcramente todo, ordenado todos los productos y arreglado la caja. No había nada que hacer básicamente, era un día muy muerto, o quizás mi cara de apatía espantaba a todos, no lo sé.

Cuando ya pensaba que echaría una siesta en la bodega sin que se dieran cuenta, entró.

Era como una alucinación en vida, el mismo chico que había visto aquella mañana en el paradero, el culpable de que mis sueños ya no fueran emocionantes si no estaba él en ellos, tan casualmente entró de la mano junto a una chica más baja que él que, si no supiera exactamente como lucen mis sueños hubiera podido confundirlo con alguno.

Me enderecé de inmediato, mi corazón se había vuelto loco dentro de mi pecho, mis manos comenzaron a sudar y sentía que no podría decir algo coherente.

No, tranquila, me dije a mi misma mientras tomaba agua discretamente y salía de atrás del mesón para recibirlos, no iba a perder aquella oportunidad.

-Hola bienvenidos, ¿Los puedo ayudar en algo? - Dije para ambos, pero mi mirada estaba fija en el chico que aún no sabía su nombre

-No, no te preocupes- Me contestó él amablemente, mi cometido estaba listo, ya nada podía importarme más que volver a dormir esa noche para poder viajar por sus sueños.

Lo veía caminar por la tienda tranquilo junto a la chica, a esta altura ella era como una estela de polvo a su lado para mí solamente; mi mente estaba ocupada en que las horas pasaran rápidamente y volver a ver sus sueños que lograron cautivarme hasta la obsesión misma.
Pero había un problema.

Esto era un placebo a mi adicción, era como un alcohólico tomando muchas tazas de café para bajar el nivel de ansiedad. Luego de esta noche volvería a mi limbo de buscarlo por cada rincón, de pasar las noches en la habitación blanca porque nada es suficiente para reemplazar lo que me dieron y arrebataron. Volvería a la miseria, no quería, no podía, no lo aguantaría, no imaginaba una vida sin él en mis sueños.

Salió de mi tienda sin comprar nada, tomé mis cosas y sin que se diera cuenta cerré el local y salí tras ellos.

Era como una sombra a sus espaldas, los vi pasear, charlar, reír, lo típico que uno se supone debería hacer cuando sale con alguien, era difícil para mí saber de eso, usualmente no salgo con nadie.
No me importaba que me despidieran, lo seguía como si esa fuera la única fuente de agua en el desierto. Así todo el día, hasta que volvieron a casa. Se separaron en el paradero, ella tomó una micro diferente, él tomó la misma que había tomado ese día, lo seguí hasta su casa.

Un poco más allá de la mía, mi chico de los sueños estaba a tan pocas cuadras de donde yo vivía que me parecía un chiste cruel e irónico. Igual que un sicópata memoricé la dirección, como lucía su casa, que cosas había alrededor y por lo que me dejaba ver las ventanas con quien más compartía.

Cuando apagó las luces regresé sobre mis pasos y esperé. Volví a mi casa agitada, excitada, totalmente ida de mis pensamientos, era una emoción tan grande que creía que explotaría de mi pecho en cualquier momento. Ni siquiera me duché antes de acostarme tal cual, en la cama, no había tiempo que perder.

Soñé con él, apenas cerré los ojos corrí a sus sueños. Ahí estaba nuevamente el mundo lleno de color que me había llenado antes, el caminaba entre personas, monstruos, sombras, un sinfín de cosas que realmente no tomé en cuenta por que estaba concentrada en verlo a él, en sentir nuevamente su mirada sobre mí, todo tiempo es poco cuando estas realmente en el lugar que quieres estar.

Me aferré a su cuerpo y sus pensamientos como un parasito que no lo dejaría escapar, incapaz de racionalizar otra cosa más que mi deseo egoísta de no volver a perderlo, de jamás poder estar nuevamente de esa forma a su lado. Él no sabía quién era yo, simplemente me seguía los pasos y lo que yo hacía porque ahí, yo era la con el poder de hacerlo. Jugué con su mente durante toda mi estadía repetí mi nombre con la esperanza de que en la mañana cuando despertara algo de mi rostro quedara en sus recuerdos.

Y me buscara.

Y me encontrara ahí afuera.

Y pudiéramos vivir los sueños a carne viva, sintiendo en cada poro de mi cuerpo que yo pertenecía a su lado, aunque él aún no lo supiera.

Cuando comenzó a desvanecerse de mis brazos desperté de golpe, así mismo como estaba vestida salí de la cama, tomé por costumbre mi mochila y volví a salir hacia su casa; necesitaba saber más acerca de él.

Esperé fuera de su casa hasta que salió hacia algún lugar, muy de cerca pero siempre escondida entre las sombras, sin que se fijara en mi presencia, sin que pudiera saber que un par de ojos curiosos seguía sus pasos cuidándolo. Todo el camino desde la puerta de su casa hasta la puerta de lo que posiblemente era su trabajo, una pequeña cafetería donde ya había pasado antes cuando lo buscaba desesperada, pero que no fui capaz de observar bien.

Luego de un rato esperando, entré para buscarlo con la mirada. Con un mandil de mesero mi chico corría entre las mesas para atender a la gente que ahí desayunaba a esa hora. Me senté, me atendió, me sonrió y saludo amablemente, no fui capaz de decirle que estaba obsesionada con esa sonrisa porque la veía en sueños.

Y así fue durante días, semanas, meses, quizás ya son años, el tiempo dejó de importarme la verdad, siempre antes de ir a trabajar pasando a que me atendiera, me sonriera y me preguntara si iba a pedir “lo de siempre”. Una rutina de la desesperación, una rutina donde era capaz de mantener aquella careta de normalidad frente al hecho de que era la única forma en que me atrevía a estar cerca de él en los días, para disfrutar sus noches.

Una salida desesperada a una obsesión insana, lo sé, sé que estoy loca, pero mientras aún tenga la cordura para saberlo lo podré manejar.

miércoles, 18 de julio de 2018

Para mejor.

Esas últimas noches sólo podía concebir pesadillas. Esta vez veía como alguien se subía a mi cama, me tapaba la boca con una mano, poniendo todo su peso sobre mí y con violencia desmesurada metía la otra por mi ombligo, la piel no lo frenaba la desgarraba, el dolor me despertó. Me toqué el abdomen, todo estaba en su lugar, me toqué allá abajo, había sangre.
Alarmada y sin hacer ruido alguno comencé a moverme.

Había despertado a tiempo, la sangre sólo había manchado la sábana base. La cambiaría ahora y lavaría por la mañana, sólo sería un accidente normal. Mi pieza tiene piso de madera, por lo que cruje cada vez que daba un paso, siempre está medio húmeda así que siempre estoy resfriada, sabía dónde pisar para hacer el menor ruido posible. Cuando me dispuse a sacarla noté lo empapada que yo misma estaba, la adrenalina por la pesadilla estaba bajando; me zumbaban los oídos, el estomago me dolía horrores, todo comenzaba a dar vueltas y mis piernas se mojaban tibiamente mientras temblaba << Yo no debería sangrar>>, fui al baño en silencio lo más rápido que pude con el dolor a cuestas.

Yo no lo quería, no me gustaba. Pero estaba tan sola. Además, nadie le decía a alguien como yo que era “linda” o “divertida”. En casa no era diferente. Vivo en un popular block en una comuna periférica, somos más gritos que conversación, más golpes que cariño y más humillación que aceptación; esto era absolutamente normal para mis padres que habían crecido, quién sabe, tal vez peor que yo.

Un día le dije a mi papá que no lo soportaba, el no desvió la vista del televisor y dijo “ándate entonces. El vecino de arriba vende drogas y el de abajo armas hechizas, deberías agradecer como es aquí”, gruñía y golpeaba con el puño cerrado la mesa, el sofá, la pared, a mi madre, a mí o lo que estuviese en su camino. Sólo podía pensar en <<Es decir que ¿Tengo que agradecer los malos tratos porque los hijos de los vecinos la tienen peor?>> Lo más suave que podían decirme era “deja de comer, “no te da vergüenza estar así”, “sácate el pelo de la cara”, “hoy no irás al colegio porque tiene que cuidar a tu hermano” Mi gordura y mi falta de posibilidades de salir de este lugar son tema para mí.

¿Ser gorda es tema para mí? Sí. No sabes cuánto.
Entonces, conocí a alguien que me defendió ante las burlas de otros, no era un príncipe azul ni mucho menos, pero me defendía. Decía que era bonita. Se me hizo costumbre estar con él, con sus amigos, y él acostumbró a estar con los míos. Cuando no quería llegar a casa, estaba en la de él.

En él encontré un amigo, un confidente, la primera persona que para mí valió como apoyo, una forma de bordear mi vida. De saltar el hecho de que me dolían las piernas porque mi mamá me pegaba ahí dónde no se veía, de bordear el hecho que podía pasar días sin comer intentando disminuir una talla; claramente sin resultados, de esquivar la vergüenza que me daba comer ante otros y de ignorar el hecho de que no sabía cuál era mi lugar.

Cuando digo lugar, no me refiero a mi posición dictada por el nivel socioeconómico, sino por el lugar que en mi conciencia debería tener, cómo amiga, como hija, como estudiante, como ser humano. 
¿Cómo pasaría los días?

Esta pregunta me había llevado a conocer gente que tenía un lindo proyecto, así que me sumé. Personas que me simpatizaban, pero en las que no confié lo suficiente y por eso estoy aquí.

Era uno de esos días dónde no quería volver a la casa. Sabía que sería un desastre porque un tío se estaba quedando ahí, uno que no veía hace mucho tiempo y que en mi niñez gozaba de tocarme las piernas bajo las largas faldas floreadas que me ponía mi madre. En ese tiempo no lo comprendía, pero ahora sí y no quería verlo, ni ese día y los que se quedara en esa casa.

Fui a la casa de él, con unos amigos y pasamos la tarde comiendo papas fritas, viendo televisión. Nos burlábamos de los programas hechos para jóvenes de nuestra edad, pauteados seguramente por un adulto sin hijo para comprender. Programas dónde se les pagaba a otros adolescentes para que filtraran sus problemas con sus padres o sus amigos. A veces, pensar en que los problemas de los otros fueran tan ridículos como esos me producían una sensación de injusticia.

Se hizo tarde y todo se fueron menos yo. Quedamos solos, el ambiente estaba extraño. Seguimos viendo televisión, pensaba que deberíamos ir a comprar algo para tomar once, ya que sus padres no llegaban, pero el decía que no era necesario. Mientras, acariciaba mi pelo, mi cuello, los hombros; me decía que era bonita, que mi nariz era linda. Sentía que sabía a dónde iba esto, pero no hice nada, sólo miraba las verdes cortinas que colgaban sobre otras de encaje blanco.

Cuando me besó, no sabía si sentirme afortunada o no. Me dio un poco de asco así que lo aleje con las manos. “¿Qué pasa? ¿No te gusto?” Le dije que no de esa manera, que no quería algo así, que arruinaría la amistad “No seas tonta, nadie te va a querer así. Sólo yo, porque sólo a mí me gustan gorditas, además me lo debes” Quedé en silencio mientras me besaba, tenía razón, supuse. Nadie me iba a querer así cómo era, nadie se fijaría en mí; también había huido tanto tiempo en su casa que sentía que se lo debía.

“Te haré sentir muy bien”, “lo vas a disfrutar” Nada de eso ocurrió. Sus manos llenas de grasa de papas fritas recorriendo mis pechos aún me dan escalofríos. Su Gran cuerpo haciendo presión contra el mío, buscando la manera de entrar, su nariz en mis calzones. Parecía una vieja película que iba saltándose por lo maltratada que estaba.

No hice nada, porque no podía pensar en nada, ni siquiera en mí como una persona que podía hablar. 
¿A dónde iría?

Cuando eyaculó dentro de mí, recuperé la conciencia como cuando se te acaba el aire bajo el agua, le dije si no había usado condón, o algo y nada. Sólo sentía las voces de mis padres amenazándome con embarazarme como las perras, que si lo hacía una vez todos mis compañeros me verían como un objeto con el cuál acostarse; pero eso sucedió antes siquiera de encamarme con alguien.

Había un programa que hacía seguimiento a los embarazos adolescentes, cada vez que pasaban un comercial de aquello me llegaba una amenaza, de mis padres o mis abuelos, desde cualquier rincón de la casa “no se te vaya a ocurrir salir con un domingo siete”, “Te sabes la golpiza que te daría si me sales con eso” “ahí agarras tus cosas y te vas”.

Los días siguiente siguieron normales, no me alejé de él ni él de mí. No le dije a nadie, seguramente él sí, porque los rumores seguían aumentando, pero tenía tanto miedo que no los podía oír.

La mirada lasciva de mi tío en casa tampoco me dejaba tranquila, sentía que lo sabía. No tenía ningún lugar en el cual respirar. Agradecía que le dieran la pieza de mi hermano chico y yo tuviera que dormir con él, era como un pequeño escudo de ocho años.

No iba al baño ni me bañaba cuando él estaba en casa, tenía miedo de que ocurriese otra vez.
Cuando ya habían pasado suficientes días para tapar lo ocurrido con otras preocupaciones en mi mente, mi periodo no vino y el miedo inició otra vez, pero era un tipo diferente de miedo. Ahora no temía por un tiempo dónde la pasaría mal y luego seguiría; ahora temía por todo mi futuro. ¿Qué iba a hacer?

La resignación fue lo único que encontré.

Me encontré a mi misma viendo ese programa de seguimiento, haciéndome ideas de como sobrellevar esta situación, sin estudios, sin dinero, sin techo.
Lo perdí.

Recuerdo que le dije a los chicos del proyecto que estaba embarazada, allí había dos parejas ya consolidadas de los años que tenían juntos, ellos me felicitaron y me preguntaron por el “papá”, no les pude decir la verdad. Les dije que era mi pareja, y que apoyaba en todo, aunque tuviéramos apenas quince años y él dieciséis. Recuerdo cómo me miraban con ternura y comenzaron a decir lo difícil pero hermoso que sería todo, me que ayudarían en lo más posible. Que el olor de bebé era exquisito, que sería genial porque nuestra diferencia en edad no sería mucha y podríamos ser hasta casi amigos, y salir juntos de compras o a carretear por ahí, como ahora se da. Le veían el lado positivo a todo.

Yo también me empapaba de eso. Esas horas que pasaba con ellos sí quería tenerlo, pensaba que encontraría la manera de sobrellevarlo, trabajar. Tal vez la pequeña criatura sería un escape para mí, el piso que buscaba, las alas que me faltaban. Pero, y ¿Si tenía su cara? Y todo volvía abajo. No quería que nada me recordara que sólo era un mueble más.

Lo perdí.

Esa misma noche en el baño de mi casa, no paraba de sangrar, dolía mucho, como si me quemara algo por dentro y no tuviese forma de apagarlo, me temblaba todo y tenía miedo. Miedo de lo que ocurriría ahora, de lo que podría suceder si se supiera; esconderlo todo; limpiar todo era una prioridad. Tal vez podría llorar después.

Metí mis manos como pude dentro de mi roja vagina y comencé a sacar todo lo que podía, los restos de lo que alguna vez fue un proyecto de vida, tomé algo muy delgado pero fuerte y detrás de él el desborde de la habitación que tan tiernamente había preparado mi cuerpo; placenta tal vez ¿Qué podía saber yo? Pero era firme y funcionaba como un tapón.

Estuve mucho tiempo ahí, sentada, esperando que no cayese nada más. Temblaba y la fiebre había subido. Alrededor era todo un desastre. Comencé a limpiar. El zumbido en los oídos seguía, me golpee varías veces con el lavamanos. Papel higiénico, trapos, toallas, faldas mías, y mucho cloro para disimular el olor, todo servía para limpiar. Dejé todo remojando con detergente en un balde dentro de la ducha, así sacaba la sangre de los trapos y ayudaba con el ambiente.

En muchas bolsas una dentro de otra botaba lo que alguna vez estuvo dentro de mí. Aquella masa fuerte del principio tenía una bonita bitácora que asemejaba un pequeño árbol. Guarde estas bolsas bajo mi cama. Agradecí tanto que mi tío se hubiese ido y que mi hermano volviera a su pieza, nadie sabría jamás lo que pasó, pensé. Esto es lo mejor, pensé.

Ya estaba amaneciendo, mi papá se levantaría pronto. Puse sábanas limpias y me metí dentro de la cama, dónde entre escalofríos me dormí abrazando mis piernas con el profundo deseo de que al despertar todo estuviese bien.

Después de 36 horas desperté en un hospital. Las miradas de severa desaprobación de todo quien pasara cerca lo decían todo. No había nadie ahí, familia, amigos, nadie. Totalmente perdida les lloré rogando que no les contaran a mis padres, pero ya sabía que no había llegado por arte de magia hasta este lugar.

Volví a casa sola, más perdida y más temerosa que nunca, el televisor encendido era lo único que escuchaba, solían dejarlo prendido para que la gente que pasara pensara que había alguien. Bajo mi cama las bolsas ya no estaban, sentí que me habían quitado algo muy preciado, pero no podría describirlo. El miedo me invadió aún más.

No podía seguir así, no podía seguir ahí. Si mi cabeza no explotaba mi corazón lo haría, así que metí algo de ropa a una mochila y huí.